Querida
Familia:
Estamos
reunidos hoy aquí, juntos, unidos en un mismo sentir, y para celebrar la bella historia
de amor, que dura ya 50 años, y que nació entre dos personas maravillosas,
Manolo y Consuelo. Una historia que ya
comenzó a escribirse, antes de
aquel 3 de noviembre de 1963, cuando
celebraron sus votos matrimoniales en la Iglesia de Santa Ana. Una historia que perdura en el tiempo, frágil
y resistente, en soledad y en compañía, con muchas alegrías y tristezas…. Un
equilibrio de sentimientos que se mantienen en vilo constante en la entrega, en
la escucha, en las contrariedades, las distancias, la espera…
Una
espera diaria, una búsqueda infinita en la mirada del otro, en las manos del
otro, en las lágrimas compartidas y en las alegrías recibidas. Una entrega divina y real en el cultivo del
jardín glorioso de sus hijas, de sus amigos, durante todo este tiempo…
Y
siempre buscando vivir en familia, buscando dar una identidad, un sentido
pleno, al estilo de la Familia de Nazaret, cuajada de promesas, de sueños, que se hacen realidad hoy aquí. Nos
basta con mirar alrededor y observar como todos fijamos nuestras miradas en
vosotros porque todos formamos parte de esa promesa, de ese compromiso que
juntos, al decir “Si Quiero” y unir vuestras manos en Santa Alianza pedisteis a
Dios que os bendijera con la entrega diaria en el matrimonio. Juntos, más allá de ser esposos, fuisteis hermanos, un
solo y exclusivo centro de vida, de entrega, de amor.
Como
se nos dice en el libro de Tobías: (8, 5- 10)
“Ahora, Señor, si
yo tomo por esposa a esta hermana mía, no es por satisfacer mis pasiones, sino
por un fin honesto. Compadécete, Señor, de ella y de mí y haz que los dos
juntos vivamos felices hasta la vejez”.
Aquí
está es la primera promesa. (La entrega)
Y ya han pasado 50 años. ¡¡Toda una vida!! Pero
no siempre ha estado todo a favor. Habéis tenido que luchar contra vientos que
se llevaron ilusiones, torrentes que inundaron las alegrías, huracanes que os
desgarraron el corazón en fragmentos que parecían que nunca se unirían de
nuevo. Y con una misma Esperanza trianera, con la mirada, buscando en el cielo
una señal, una ayuda, y poniendo en las
oraciones un sentimiento vivo y eterno, sin comprender nada… continuasteis el
camino, poco a poco, paso a paso… Como María, lo guardasteis en el corazón sin
entender nada, sin buscar razones que frenaran vuestro caminar. Nada os separo
del Amor de Dios, porque siempre ha estado implícito en vuestras vidas. Y nada os apartó de aquella promesa única e
irrepetible de hace 50 años dónde Dios os colmó de su Amor sublime, único
e irrepetible.
Dice
la Carta del apóstol San Pablo a los Romanos (8, 31-35. 37-39)
¿Qué cosa podrá
apartarnos del amor con que nos ama Cristo? ¿Las tribulaciones? ¿Las angustias?
¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? Ciertamente de
todo esto salimos más que victoriosos, gracias a aquel que nos ha amado; pues
estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los
demonios, ni el presente ni el futuro, ni los poderes de este mundo, ni lo alto
ni lo bajo, ni creatura alguna podrá apartarnos del amor que nos ha manifestado
Dios en Cristo Jesús.
Aquí
está es la Segunda promesa. (La fidelidad de Dios)
Quizás
no somos conscientes de toda la trascendencia que han tenido vuestros actos de
amor, de entrega diaria, de perdón, de disculpas ante enfados, del olvido de
todo lo malo y de la exaltación en lo bueno.
Y
es que el Amor bien cimentado sobre roca, no puede ser derribado ni por
vientos, ni por inundaciones, ni por huracanes. El Amor, es algo que hoy en día
no está de moda, porque nos lleva a un compromiso vivo, y eterno, nos complica
la vida porque tenemos que darnos al otro donde no nos gusta.
Y
ese ha sido vuestro secreto. Darse, deja de ser uno mismo, renunciar para que el otro pueda vivir, y todo en ambas
direcciones. Al fin y al cabo ser sólo uno, vivir unidos. Los anillos que
portáis son testimonio de ello. Y entre ellos hay uno más grande que os une en
Alianza perpetua a Dios consagrados ante el Altar de Santa Ana.
Cuenta
la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios: (1Co 12,31-33,8 a)
Hermanos:
Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy
a mostrar un camino mejor. Ya podría yo
hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy
más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de predicción y
conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener una fe como para mover
montañas; si no tengo amor, no soy nada.
Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo;
si no tengo amor, de nada me sirve. El
amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no
presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva
cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la
verdad. Disculpa sin límites, cree sin
límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca.
Aquí
está es la Tercera promesa. (El Amor de Dios)
Hablar
de amor, es decir sí de nuevo, para toda
la vida, cada día cada instante. Es la pasión de los sentidos en los pequeños
detalles, en las pequeñas caricias y en las miradas cómplices que hoy día
continuáis transmitiendo a vuestro alrededor, con vuestras hijas y con sus
respectivas familias, con vuestros amigos. Es la plena confianza el uno en el
otro, pedir perdón cuando más nos cuesta. El amor es vuestra presencia aquí,
con la familia alrededor, con un mismo sentir.
Manolo,
Consuelo… sois un signo de felicidad y de fidelidad. Porque cuesta ceder,
renunciar de nuestros egoísmos y entregarnos en cada momento sin rodeos y con
un esfuerzo constante, casi sobrehumano.
Y
desde el cielo, sé que os miran cómplices sonriendo la familia añorada y los
amigos de siempre, que siguen velando por nosotros para que no perdamos esa
felicidad que hoy nos transmitís.
Podrán
pensar algunos que habéis cumplido 50 años de rutina pero de corazón os digo ¡¡
bendita rutina!! Así tan sublime e infinita que la querríamos para nosotros.
Se cumplen las tres promesas vivas de este pequeño
homenaje.
Tres ejemplos que podemos ver en estos 50 años
vuestra historia de amor compartida.
14 de diciembre de 2013
A Manolo Molero y Consuelo por su 50 aniversario.
José Antonio Bedmar Redondo
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