Muchas veces pierdo la esperanza
y me da miedo perder lo adquirido
mirar mis manos, que no tengan nada,
porque en la vida me lo haya merecido…
Algunas veces, cautivando la mirada,
queda un desierto infinito
que calienta en demasía el alma
mostrándome un camino perdido…
Otras veces, navegando en calma,
queda un consuelo divino
que llena de su Espíritu al ánima
revelándome siempre al Dios vivo…
Por eso en esta tierra que me ata
donde busco siempre ser testigo
de la Paz y el Amor que Él me pacta
en esa eterna Cruz envilecido,
sigo caminando lento y sin ganas
dando testimonio de lo pobre que vivo
aunque a veces, como en Tierra Santa,
nunca, en su tierra, el profeta es querido.
4 de febrero
de 2013 José Antonio Bedmar Redondo
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